Casa museo de Kawai Kanjiro

by Infocerámica

Casa Museo de Kawai Kanjiro

La visita a la Casa Museo de Kawai Kanjiro es indispensable para cualquier ceramista que visite Kioto, Wladimir Vivas ofrece a continuación las sensaciones que dicha visita puede provocar 

No te será difícil de encontrar. Entre la bulliciosa calle de Gojobashihigashi, y a espaldas del Museo Nacional de Kioto se extiende un barrio de casas bajas, tradicionales, que llega por el norte hasta Miyagawacho y Gion, famosos por sus casas de té y sus geishas, y actualmente igualmente famosos como centros turísticos. Pero solo con salir de las calles principales percibirás enseguida que la vida continúa en el barrio, compuesto por viviendas, pequeños talleres y alguna tienda. No podrás resistirte, lo sé, a las muchas que encontrarás de cerámica, algunas realmente bonitas, y la mayoría con unas calidades y precios que te harán querer comprar casi todo.

En una de estas calles, y solo si te fijas bien, verás el cartel de entrada de la Casa Museo de Kawai Kanjiro. Si eres ceramista y viajas por Japón es de suponer que este será uno de tus destinos. Junto con Shoji Hamada, Kawai Kanjiro (Yasugi,  1890 – Kioto, 1966) fue uno de los artistas que revolucionaron la cerámica de Japón a principios del siglo pasado, al recuperar y valorar la cerámica tradicional y los procedimientos más “puros” en el uso de esmaltes, pastas y cocciones. Hamada y Kawai, en colaboración con el teórico y filósofo Yanagi Sōetsu, definieron lo que se conocería como movimiento Mingei, con el que establecieron las bases de una concepción de la cerámica (y las artesanías) que llegaría a Occidente de la mano de Bernard Leach. Este movimiento se basaba en la “artesanía para gente corriente”, realizada a mano por artesanos desconocidos, en grandes cantidades, con precios razonables, para uso diario y enraizada con el lugar en que se produce.

Cuando entres, enseguida notarás que no accedes a un museo al uso: la casa de Kawai Kanjiro no tiene apenas la organización de un museo, no son salas en las que se expone su obra. Ni siquiera las personas que te atienden son los habituales empleados, sino descendientes del artista. El angosto pasillo te llevará a la sala de recepción, que es también la sala central, de doble altura, de la casa tradicional. Incluso antes de pagar la entrada, ya estarás maravillado por las oscuras maderas del suelo, las paredes, los muebles y las grandes vigas, patinadas por el uso y el humo del hogar central; y, sobre todo, por la forma en que han conseguido conservar el alma de quienes habitaron la casa.

Kawai Kanjiro no fue solo ceramista, sino también grabador, escultor, calígrafo, poeta y filósofo; su actitud de veneración por la naturaleza y la estética no le impidió apreciar el arte universal, como tampoco rechazó el uso de los objetos occidentales, como el mobiliario que convive en su casa con los tradicionales tatami. Sin embargo, Kawai, al contrario que Hamada, nunca viajo a Occidente, vivió en esta casa desde que instaló en ella su taller, en 1920, hasta su muerte en 1966. Nada más le hizo falta, no firmó ninguna de sus piezas ni acepto honores, incluso rechazó la propuesta de ser declarado “Tesoro Nacional Viviente”, uno de los máximos honores de Japón. “Todo es, y sin embargo, al mismo tiempo, nada es. Yo mismo soy el más vacío de todos”. (En Oriente, y especialmente en el pensamiento budista, el vacío o el silencio son entendidos como algo positivo.)

No tengas prisa cuando pasees por las diferentes habitaciones, patios y talleres: podrás dejar que tu imaginación te lleve a las tardes oscuras y frías del invierno cuando la actividad cerámica se ralentizaría, o a las mañanas de primavera, en las que la casa y el taller serían hervideros de actividad, con trabajadores acarreando leña, barro, materiales para esmaltes, piezas a medio hacer; días en los que el maestro trabajaría sin descanso decorando cientos de piezas, junto a sus empleados, hasta no saber que parte de cada pieza ha hecho él personalmente. No importa, todas son piezas del “Taller Kawai”, eso es lo que persigue el maestro, que la obra sea del colectivo que trabaja al unísono, como componentes de una misma maquinaria o, mejor aún, como sentimientos de un solo alma.

Verás caer la tarde sobre el negro tejado de la casa del maestro; las estancias se volverán más oscuras e intimas, y en los patios solo el malva de las glicinas competirá con las coloridas tinajas en mantener vivo un resto de color. El gigantesco horno “Noborigama”, de ocho cámaras, volverá a quedar vacío, las herramientas y los tornos permanecerán definitivamente inmóviles, como están desde hace décadas (Es bonito ver el taller tal y como lo dejó el maestro, pero no se puede evitar una cierta tristeza al verlo así, un poso de melancolía de panteón.)

Pero no te dejes llevar por esa melancolía, vuelve a la calle, que se habrá llenado de gente ajetreada: es viernes y habrá cientos de farolillos luciendo en el barrio, las parejas jóvenes se pasearán orgullosas con sus trajes tradicionales, las turistas chinas y coreanas se harán miles de fotos vestidas con sus kimonos de alquiler, y la multitud ascenderá por la empinada calle Matsubara hasta el templo Kiyomizu-dera, desde el que podrás contemplar la antigua capital de Japón con los colores del otoño y la puesta de sol. 

Pero sobre todo, no te olvides de que en cualquier tienda de las que abundan en la zona, incluso las que a primera vista pueden parecer “tiendas-de-souvenirs”, podrás encontrar cerámicas Mingei, esa alfarería tradicional que tanto amó Kawai Kanjiro. Piezas sin firma, cocidas por centenares en tradicionales hornos anagama o noborigama, en modernos hornos de gas o eléctricos, realizadas por esos “artesanos desconocidos” que buscara Yanagi, pero que transmiten la herencia de quiénes las supieron valorar, la belleza de la honradez y del amor por el trabajo: “Cuando llegas a estar tan absorto en tu trabajo que la belleza fluye de forma natural, tu trabajo se convierte verdaderamente en una obra de arte”.

Wladimir Vivas

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Infocerámica agradece a la Casa Museo kawai Kanjiro la ayuda prestada para la publicación de este artículo. Fotos: Wladimir Vivas y Sara González, queda prohibida su reproducción sin permiso expreso del autor.

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2 comments

eugeni penalva 17 de enero de 2018 - 14:01

Un artículo muy evocador, e inspirador. Me gusta mucho, y comparto, la cita final.

Un abrazo

Eugeni

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Pilar Chalons Comellas 2 de febrero de 2018 - 12:33

Precioso reportaje, me ha gustado mucho. Nos acerca a estos países tan lejanos, llenos de ARTE con mayúsculas.
Un abrazo
Pilar

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