Exposición de Toño Naharro

Hasta el 18 de mayo se puede visitar en la galería Espacio Primavera, de Madrid, la exposición del artista riojano Toño Naharro, titulada «En torno a la azotea»

Toño Naharro: En torno a la azoteas

Wladimir Vivas

Aunque no es un fenómeno nuevo, en los últimos años se está viendo como se difuminan fronteras que creíamos inamovibles. En ocasiones parecen incluso algo caducas las clasificaciones hechas exclusivamente en base a las técnicas o los materiales utilizados en la realización de la obra artística: pintura, escultura, obra gráfica, fotografía, etc. En la realidad actual la “pintura” se realiza con materiales diversos, la escultura puede no estar realizada por el propio artista sino encargada a talleres industriales, la fotografía tiene formas digitales de visualización y distribución que van más allá de la imagen plana sobre un papel.

Las denominadas artes plásticas se fusionan con las escénicas, con el arte sonoro y con las producciones industriales o seriadas. Aparecen nuevas formas de expresión en el mundo digital. La creatividad no puede parar nunca y esto conlleva no solo la búsqueda de nuevas formas de expresión, sino también la resignificación de manifestaciones culturales del ser humano.

Y ahí es donde encontramos a artistas como Toño Naharro, que es al tiempo un alfarero tradicional, un artesano creativo y, como vemos en esta exposición, un artista que nos ofrece una obra personal, íntima incluso. Son estas fronteras no menos endebles: alfarería, escultura, arte…, ¡o todo lo contrario!

Naharro ofrece, en dos salas, diferentes pero unidas, separadas pero no enfrentadas, dos muestras de su visión creativa: a un lado, resaltando en un ambiente oscuro e iluminadas cenitalmente, un grupo de cabezas, alguna de gran tamaño, en las que podemos ver, como si de un cómic se tratara, el diálogo interior de las mismas. Contrasta la presencia de esas caras, de carácter clásico y gesto hierático, con el mundo que se desarrolla en su cerebro. Como en un diálogo interno literario, el artista nos muestra lo invisible y, como ya dejara claro Joyce en su Ulisses, este diálogo interior no puede ser “leído” como una prosa, sino que se atiene a otra clase de poesía, de una lógica carente de lógica.

Frente a estas cabezas encontramos otra sala, en la que podemos admirar un buen número de piezas. Esta sala nos lleva a una cerámica tradicional, o lo que en el inconsciente tenemos como lo tradicional en cerámica: el contenedor. Si la semioscuridad de la “sala de las cabezas” no llevaba sin remedio a una introspección reflexiva, con los contenedores experimentamos una sensación diferente, una suerte de alegría, quizá contagiada por la luminosidad que llena la sala, reflejada además por las preciosas texturas de las obras cerámicas. Esta alegría proviene sin duda de la sensación de reencuentro con claves conocidas, pero al tiempo, por la excitación de encontrar nuevos acabados, texturas, formas y colores. Viendo estas piezas la sensación es similar a la que sentimos (y que no sabemos explicar) cuando vemos obras maestras, leemos un poema o escuchamos una música popular: es tal su naturalidad que parecen, no solo fáciles de realizar, sino imposibles de hacer de otra manera.

Toño Naharro tiene esa naturalidad innata, tanto en sus momento de reflexión, cuando llena sus cabezas de pensamientos, puede que de fantasmas, como cuando se deja llevar por el oficio, entendido este como la más precisa herramienta de creación plástica; una herramienta que, de tan interiorizada, ni parece que se use.

En cualquier caso, y como debería ser preceptivo en cualquier expresión artística, el resultado de visitar la exposición de Toño Naharro es, como decía anteriormente, la alegría. La alegría de tener la oportunidad de disfrutar de una obra artística como esta, la alegría de descubrir lo que un artista es capaz de crear con el barro cuando además es alfarero (un artista puede ver más lejos si se sube a hombros de gigante, podríamos decir).