Después de pasar un mes transformador en China, he regresado a mi taller en Dinamarca, donde el contraste entre estos dos mundos se percibe tan inmenso como profundo. Mi experiencia trabajando con cerámica en China —cuna de esta antigua disciplina— no solo me abrió los ojos a nuevas técnicas y perspectivas, sino también a diferencias fundamentales en la manera en que comunicamos, creamos y nos conectamos a través del arte
Viajar y trabajar. En movimiento y en quietud
Mette Maya
En China, la cerámica está impregnada de un rico contexto cultural e histórico. Los materiales, los métodos y los significados asociados a esta práctica están profundamente arraigados en la tradición, narrando historias de dinastías, filosofías y vida cotidiana. Como ceramista proveniente de Dinamarca, me encontré sorteando tanto la barrera del idioma como los códigos no verbales, que a menudo hablan más alto que las palabras. El corazón de mi práctica artística reside en los gestos, las expresiones y la naturaleza táctil del barro, que, en su estado blando y receptivo, se convirtió en un puente entre culturas.
Durante este viaje descubrí que la comunicación va más allá del lenguaje. El acto de modelar el barro se convierte en una danza de entendimiento, donde cuerpo, manos y materia entablan un diálogo que en ocasiones resulta más elocuente que el discurso verbal. Esta conexión me llevó a adoptar un nuevo enfoque en mi manera de enseñar: uno que privilegia las relaciones por sobre la instrucción rígida, permitiendo a los estudiantes explorar su creatividad sin las limitaciones del idioma.
A medida que el invierno se instala en Dinamarca, me encuentro en una fase de introspección, tanto personal como artística. Los meses fríos y oscuros, símbolo de recogimiento y pausa, resuenan con la dirección que ha tomado mi trabajo. Me siento atraída por el concepto de los “nidos escultóricos”: espacios de hibernación que invitan a la contemplación y al reencuentro con una misma. Cada pieza que creo funciona como un santuario, una habitación para la reflexión y una representación tangible de mi paisaje interior.
Es interesante observar cómo el cambio de estación influye en mi proceso creativo. El invierno, con sus paisajes austeros y su quietud, favorece una soledad cargada de potencial artístico
Mi tiempo en el taller está marcado por un delicado equilibrio entre el esfuerzo y el hallazgo. La búsqueda de sentido en mi obra refleja un anhelo más profundo por comprender —tanto a mí misma como al mundo que me rodea. En esta temporada de recogimiento, me interrogo sobre cómo nuestras historias y tradiciones influyen en los procesos creativos. El contraste entre mi formación danesa y las tradiciones arraigadas de la cerámica china me lleva a cuestionar las narrativas que entretejo en mi propia práctica.
Es fascinante cómo la arcilla, un material en apariencia simple, puede evocar emociones profundas y transmitir ideas complejas. Al moldearla en distintas formas, recuerdo su capacidad transformadora: cómo pasa de ser una masa maleable a un objeto firme y duradero a través del fuego. Esto refleja también la transformación que experimentamos como artistas, en constante evolución, aprendizaje y redefinición de nuestro lugar en las comunidades y culturas que habitamos.
Crear estos nidos escultóricos no está exento de desafíos. Lucho con la pregunta de cómo incorporar mis experiencias en China y las historias que he traído de vuelta a Dinamarca. Esa lucha se convierte en motor de descubrimiento, impulsándome a perfeccionar mis técnicas y profundizar en lo que deseo expresar a través de mi obra. Me impulsa a explorar la tensión entre soledad y conexión, entre lo personal y lo compartido.
En cada nido que construyo no solo doy forma a estructuras físicas, sino que también creo espacios para el encuentro: lugares donde los pensamientos pueden asentarse, las historias compartirse y la reflexión tener lugar. Cada pieza encierra mi deseo de comprender más profundamente la experiencia humana, invitando al espectador a detenerse y contemplar sus propias narrativas.
Es interesante observar cómo el cambio de estación influye en mi proceso creativo. El invierno, con sus paisajes austeros y su quietud, favorece una soledad cargada de potencial artístico. Es en esa inmovilidad donde puedo acceder a una expresión más profunda, permitiendo que sea la propia arcilla la que guíe mis manos, como si poseyera un conocimiento aún por revelar.
En esta búsqueda continua dentro de mi estudio, encuentro consuelo en el ritmo de mi práctica. La sensación familiar de la arcilla transformándose lentamente entre mis dedos me brinda una base firme en medio del caos de las transiciones vitales. Siento una conexión con los innumerables artistas que me precedieron, hilando historias y experiencias a través de sus manos, entretejiendo la historia con la expresión contemporánea.
Al reflexionar sobre mi tiempo en China, comprendo que enseñar cerámica no consistió solo en transmitir técnicas, sino en fomentar vínculos que trascienden fronteras geográficas. Aquella experiencia encendió en mí el deseo de tender puentes entre la relevancia histórica del oficio y sus interpretaciones contemporáneas, abriendo un diálogo que honra la tradición sin renunciar a la innovación.
Volver al estudio no ha sido simplemente retomar el trabajo, sino integrar las lecciones aprendidas y los lazos forjados. Es dar continuidad a los diálogos que la arcilla hace posibles, conectando no solo con los materiales, sino con la experiencia humana más amplia y las historias que cada uno de nosotros porta.
Durante mucho tiempo he observado el movimiento de las olas, el fluir del pensamiento y de la materia, explorando distintos materiales orgánicos que incorporo en mis piezas y que se desvanecen durante la cocción, dejando apenas la huella de lo que alguna vez fue. Esta investigación estuvo ligada a mis viajes. Pero al regresar a casa, me surge la curiosidad por la quietud y por cómo construir las piezas. Es el contraste entre opuestos y la vida vivida como artista ceramista en movimiento.
Al construir estos nidos escultóricos, me involucro con los significados que se superponen en cada obra. Cada una se convierte en un espacio de reflexión, una invitación a detenerse, una oportunidad para comprender en un mundo que muchas veces se percibe abrumadoramente vasto y desconectado.
En esta exploración continua del arte, la cultura y la comunicación, encuentro consuelo y resiliencia. El estudio se convierte en un santuario donde el pasado puede encarnarse como nuevas narrativas en el barro. Y donde todo ello existe porque yo lo hago real.
Se prohíbe el uso de texto y las imágenes de este artículo, que se publican en Infoceramica exclusivamente para la promoción de la obra del artista, queda prohibida su reproducción sin permiso expreso. Infoceramica agradece a Mette Maya por la ayuda prestada para la realización de este artículo.