El gres salino o gres a la sal constituyó la forma en que en Europa se pudo conseguir un esmaltado de alta temperatura y gran calidad, y además siempre ha tenido un gran predicamento entre los ceramistas contemporáneos, especialmente en la cerámica funcional
El gres salino es una técnica puramente europea, más concretamente alemana, ya que encontramos piezas con gres salino desde el siglo XII, sobre todo en las zonas alfareras del Rhin. Por otro lado, representa los comienzos de la auténtica alta temperatura en los albores de la cerámica europea. El ceramista alemán Gottfried Wagner (1831-1892) introdujo esta técnica en Japón, que luego popularizaron ceramistas como Shoji Hamada y Tatsuzo Shimaoka.
El gres salino debe su éxito y difusión a la calidad de las piezas y a la relativa sencillez del proceso; por supuesto también hay que destacar la dureza y estabilidad del esmalte salino, que puede incluso resistir ataques de ácidos corrosivos, por lo que estas cerámicas fueron utilizadas en la industria química.
El bajo coste de la sal y su universalidad hacen accesible esta técnica en todo el mundo, si además añadimos que se utiliza habitualmente la monococción, entenderemos que es una técnica realmente eficiente, que ofrece además unos acabados y texturas, como el conocido como “piel de naranja”, que hacen que sean muy indicados también para la cerámica creativa, especialmente la funcional.
Al introducir la sal en el horno caliente, esta se descompone con una virulencia considerable, atacando primordialmente a parte del sílice de la pasta, formando una especie de esmalte. Por esta razón se suelen usar greses con abundante sílice, que reaccionan mejor a la volatilización de la sal al alcanzar cierta vitrificación superficial. Habitualmente se eligen pastas lo más claras posibles, aunque no es una necesidad para esta técnica. En la cocción es crucial ir sacando testigos del interior del horno para comprobar la cantidad de sal acumulada en la superficie. La cocción suele ser reductora y se prefieren las cocciones de leña, por las texturas extra que aportan.
Aunque no hay demasiados libros dedicados exclusivamente a esta técnica (ninguno en castellano) hay que destacar algunos como escritos por los grandes especialistas en esta técnica, como Janet Mansfield (Jack Troy (Salt-glazed Ceramics), y Phil Rogers, este último es el autor del libro más importante de los dedicados a los esmaltes salinos: Salt Glazing (Bloomsbury Publishing, Reino Unido. ISBN 9781789940381)
),La popularidad del gres salino se debe en parte a ceramistas como Don Reitz, Karen Karnes, Robert Winokur, Ian Gragory, David Shaner, Steve Howell, Cynthia Bringle, Tom Turner, Michael Casson, Benett Bean, Otto Heino, Nathalie Achnider-Lang, Walter Keeler, Jack Doherty (www.dohertyporcelain.com), Sabine Plog-Blersch, Maria Geszler, Carlanne Currier, Yang Seung-Ho y José Antonio Sarmiento, entre otros.
Las leyendas que rodean el gres salino reflejan las dramáticas circunstancias de su época de mayor esplendor, empezando por las botellas o jarras con un personaje barbudo, atribuidas al Cardenal Bellarmine o a Bartmann, también atribuidas sin mucho rigor al Duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo, Oceanbus, Satiros e inclusive Lucifer, estas caras barbudas y algún que otro dibujo o grabado daban al gres salino una composición contrastada y una seña de identidad inconfundible.
Por otro lado, los vapores de sal a baja temperatura tienen cierta relación con la técnica. Este uso de los vapores salinos fue introducido por Paul Soldner, y de él partieron múltiples formas de usar la sal como elemento de decoración superficial, ya sea en cocciones del tipo saggar, trinchera o foil o, lo que es lo mismo, las piezas cubiertas con papel de aluminio, después de echar sales de todo tipo.

Jane Hamlyn, Reino Unido. Tetera y jarras de gres salino

Ruthanne Tudball. “Songs in salt”, gres salino, 26 cm

Sabine Plog-Blersch. Gres salino, 23 cm
Artículo publicado por Revista Cerámica, firmado por Antonio Vivas, revisado y ampliado por Infocerámica