Durante los meses de verano se pudo ver en el Museo de Cerámica de Valencia la exposición de escultura cerámica de Carmen Ballester titulada l’Hort roig (El huerto rojo). Este artículo no es estrictamente un comentario sobre la muestra pero si está basado en la visita a la misma.
Texto: Wladimir Vivas
Fotos: Pedro Velasco Suárez
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La obra artística de Carmen Ballester tiene en la libertad uno de los rasgos que la definen, en este caso la libertad de exponer en el Museo de Cerámica una obra que no se queda simplemente en la cerámica, sino que la incluye como material. Es por esto que, ciertamente, no estoy seguro de poder hablar de una exposición “de cerámica”, a secas, ya que la escultura de Ballester contiene elementos propios de este arte, como es la pureza y liviandad de la porcelana como material, las referencias al moldeado y seriación de piezas o la cualidad modelable del barro; no obstante, no hace uso de estas referencias para definir una cualidad cerámica en las esculturas, sino que parece querer aportar el elemento “humano”, en el sentido de manufacturado, que aparece también en forma de tarros y vasos de cristal, varillas metálicas, cables de acero o láminas de plástico. La exposición nos sugiere una inmersión en un mundo natural que nos sorprende, ya que la inclusión de elementos de la naturaleza es casi anecdótica (unas pocas semillas secas, “recluidas” además en tarros de cristal cerrados, como si de un extraño experimento se tratara).
Es esa paradoja de sugerir elementos naturales, paisajes submarinos, seres indefinidos, entre insectos, moluscos o artrópodos, sin caer en la figuración de corte fantástico. Esta interpretación, que no recreación, es lo que hace de la obra de Ballester un ejercicio poético, de expresión levemente sugerida. Sus obras dejan mucho a quien las contempla, no impone teorías sino que parece dialogar. Viendo algunas de sus esculturas, me parecía estar oyendo a la artista: ¿no te parece sugerente esta pieza?, ¿qué pasará si juntamos cien de ellas? (¡ay! aquí el lector notará que no soy crítico de arte, que no estudio analíticamente la obra y que, además, me permito dejar libre la imaginación…).
Carmen Ballester pasó una temporada trabajando y haciendo un estudio sobre la cerámica tradicional de un remoto pueblo de Japón. Este conocimiento de la cultura cerámica del país asiático no es perceptible en su obra, tan alejada de la estética japonesa. Entonces ¿por qué, en mi camino (largo) de vuelta a casa, después de ver la exposición, tenía la sensación de que, en algún sitio, existía una conexión con Japón? Se cuenta que Hamada dijo en una ocasión que tardó veinte años en aprender a hacer cerámica y otros veinte en olvidarse de lo aprendido (1). También Carmen parece haber tenido que deshacerse de ataduras para llegar a su obra actual, que sigue siendo cerámica sin evocarnos la tradición. Más bien evoca la poesía. ¡Y ahí estaba esa sensación cuyo origen no podía encontrar!: la cerámica de Carmen Ballester, como la poesía japonesa, es breve y concisa en su expresión y contenida en su emoción. Como el “waka“, la tradicional lírica femenina, Ballester desarrolla su propio lenguaje, sencillo y agradable a los sentidos, libre de la complejidad técnica para concentrarse en la espontaneidad, en las sensaciones.
La obra de Carmen, como el Haiku, es el triunfo de la falta de artificios; su carácter de “instalación” es expresión de lo finito y lo infinito. Sus esculturas “son”, en el momento y el lugar en que se instalan; en otro sitio serían otras, en cada momento pueden cambiar como cambia quien las contempla. Consiste en “(…) evocar o sugerir el espíritu escondido en ella, en proyectar un juego de sombras sobre lo oculto. No es descubrir, ni apartar velos, sino en aludir a lo invisible.” (2):
Lluviosa niebla
que esconde el monte Fuji.
Me voy contento (3)
Y contentos nos vamos después de pasear entre las esculturas de Carmen Ballester, que parecen desnudas por la sencillez de los materiales o las técnicas utilizadas (puro Wabi); que hay que interiorizar para que vuelvan a brotar deslumbrantes, que parecen anónimas a fuerza de esconder el esfuerzo intelectual personal de la artista. Como ella misma dice, lleva años haciéndoles perder materia para que ganen en ingravidez. Quizá esa sea la clave del arte (y de la vida): liberarse para enriquecerse.
(1) Es evidente la relación de esta cita, posiblemente apócrifa, con otra que cuenta que, cuando se le preguntó a un pintor acerca del tiempo que necesitó para pintar un bambú, contesto: “cincuenta años y cinco minutos; cincuenta años para estudiar el bambú y cinco minutos para pintarlo.
(2) Carlos Rubio. “El pájaro y la flor. Mil quinientos años de poesía clásica japonesa”. Alianza Editorial, 2011
(3) Poema de Matsuo Bashō (Ueno, 1644 – Osaka, 1694), es uno de los más famosos poetas japoneses del período Edo. Traducción de Carlos Rubio, o. cit.
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“Mi obra sigue un planteamiento totalmente espacial, utilizando la seriación de piezas con un concepto tan sencillo como básico; siendo susceptibles a diferentes ordenaciones en el espacio: Flotan, se entrevén, se sumergen, nunca toman tierra. Me dan pie a una obra abierta, tanto en la forma como en la utilización de materiales ajenos a la cerámica. Para mi siempre es una nueva experimentación, un nuevo juego que apuesta por nuevos planteamientos.
Desde hace unos años van perdiendo materia y ganando ingravidez. El color inexistente, el blanco traslucido, el agua…
Mis planteamientos pertenecen a espacios íntimos, sumergidos, añorados…inexistentes.”
Carmen Ballester Remolar
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[tabtitles][tabtitle]Exposición[/tabtitle]
[tabtitle]Agradecimientos[/tabtitle]
[tabtitle]Fotos[/tabtitle]
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[contenttab]Museo de Cerámica y Artes Suntuarias “González Martí”
Poeta Querol, 2
46002 – Valencia
Tel. 96 351 63 92
www.mnceramica.mcu.es
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[contenttab]Infoceramica agradece la colaboración prestada por Carmen Ballester y el Museo de Cerámica y Artes Suntuaria “González Martí” para la realización de este artículo.
Para todo lo referente a la poesía japonesa ha sido de gran utilidad la lectura del libro de El pájaro y la flor. Mil quinientos años de poesía clásica japonesa. Carlos Rubio, Alianza Editorial, 2011[/contenttab]
[contenttab]Pedro Velasco Suárez (p.velascosuarez@gmail.com) es Maestro de Taller de Fotografía y Procesos de Reproducción. Imparte clases de fotografía en la EA Talavera.[/contenttab]
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