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Kamoda Shoji

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Cerámica de Kamoda Shoji

Con la perspectiva de casi cuarenta años desde su fallecimiento, la influencia del ceramista japonés Kamoda Shoji se hace más evidente como un nexo de unión entre la tradición y la escultura

 “Kamoda Shoji, entre Mingei y Sōdeisha”

Wladimir Vivas

La cerámica japonesa tuvo en el siglo XX dos grandes puntos de inflexión. Por un lado el denominado Movimiento Mingei, desarrollado a finales de los años veinte por Soetsu Yanagi, Bernard Leach, Kanjiro Kawai y Shoji Hamada. Este movimiento propugnaba una belleza tradicional, basada en el trabajo de artesanos anónimos y exenta de toda pretenciosidad o artificio. Por otro lado, el Movimiento Sōdeisha, creado en 1948 por  Yagi Kazuo, Yamada Hikaru y Suzuki Osamu, como respuésta precisamente al Minguei, trataba de buscar una nueva forma de entender la cerámica en un momento histórico en que, en Japón, se buscaba una renovación total después del periodo nacionalista y sus consecuencias durante la II Guerra Mundial.

Kamoda Shoji (1933-1983) tuvo una característica que hizo su trayectoria muy especial, y es que en sus poco más de 49 años de vida, acostumbraba a cambiar de estilo en cada una de las exposiciones que realizó. Esto hizo que, aunque tuvo en vida muchos seguidores y un cierto éxito de crítica y ventas, su figura sea, especialmente fuera de Japón, bastante desconocida. Quizá sea precisamente que no tuvo una línea única característica en su obra, o que su prematura muerte no le permitió tener una actividad internacional.

Pero es que, incluso en Japón, Kamoda Shoji se mantuvo en diferentes momentos  al margen del ambiente cerámico, incluso durante alguna etapa se le podría considerar como un outsider. Kamoda vivió en Mashiko, un lugar cuya cerámica está intimamente unida al Movimiento Mingei, pero al final se trasladó a Tōno, en la prefectura de Iwate, una remota población al norte de Japón. Sin embargo, especialmente en sus últimos años, alcanzó tal popularidad, que algunos autores hablan de él como el primer ceramista “superstar” de Japón.

Kamoda vivió su creatividad como un conflicto continuo, él mismo reconocía que estaba insatisfecho de su trabajo de forma casi permanente: “Siempre he realizado cosas antinaturales de manera extremadamente agresiva. Hacer cosas nuevas me da una cierta gratificación, pero con el tiempo, los resultados parecen demasiado poco naturales”. Sus permanentes cambios de estilo eran más un proceso de investigación que una actitud buscada.

El mundo del arte en Japón lo aceptó definitivamente cuando recibió en 1967 el premio Kotaro Takamura, que solía otorgarse a poetas y escultores y, por vez primera, fue para un ceramista. Y aquí debemos volver a la posición de Kamoda respecto a los movimientos Mingei y Sodeisha, ya que se alejó siembre de forma consciente de la cerámica tradicional, pero nunca rompió del todo lo que le ligaba a esa tradición cerámica. Para entender esto hay que pensar en cuestiones que en Occidente resultan difíciles de entender, como por ejemplo que en Japón la diferencia entre una obra escultórica y una funcional puede estar simplemente en el detalle de si la pieza tiene un agujero que permite su uso o al menos lo insinua. Simplemente eso puede hacer que se clasifique a un artista como escultor o como ceramista. 

Kamoda, sin embargo, creó una cerámica totalmente fuera de la tradición, en algunos casos escultórica, otras veces manteniendo la funcionalidad de una vasija aunque sin intención de que se use y, finalmente, también realizó piezas totalmente funcionales. Esta indefinición es probablemente lo que enriquece su obra cerámica.


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